Cuando empoderamos a los más ignorantes, se permiten “argumentar” sobre temas que hasta ya son parte del conocimiento básico, dice Pedro López Sela.
(Expansión) – Recientemente ha surgido una pandemia caracterizada por el hecho de que cualquier persona “se siente” con las facultades suficientes para cuestionar lo que sea, sin importar que haya datos o información previa que demuestre lo contrario. Esto sucede con mayor frecuencia en quienes tienen una posición de poder o influencia, sin que necesariamente sean especialistas en determinados temas.
Este síndrome está generando una tormenta perfecta que cada vez se fortalece más, y aunque la humanidad no la ha podido conceptualizar a profundidad, se evidencia por el hecho de que los más ignorantes se empoderan tanto que se sienten capaces de expresar opiniones y tomar decisiones sobre temas que en muchas de las ocasiones son cosa ya más que probada. Esta pandemia es conocida como ignorancia.
Todos, en alguna medida, somos ignorantes. Aunque podemos ser expertos en alguna materia, no tenemos el conocimiento de todo. Cuando los más ignorantes se empoderan (o los empoderamos) se permiten “opinar” y/o “argumentar”, sin datos, inclusive sobre temas que han sido discutidos, documentados, acordados y probados y que hasta ya son parte del conocimiento básico con el que cuenta o debe contar la población en general.
Por su parte, los menos ignorantes dudan; parafraseando a Sócrates reconocen que lo único que saben es que no lo saben todo; que en algunos temas no cuentan con suficientes datos y aceptan que es mejor escuchar porque seguramente alguien más los tendrá. Como decía W. Edwards Demig: “sin datos eres sólo otra persona con una opinión”.
Si como en una ventana de Johari graficáramos en cuadrantes “lo que sí sé que sé”, “lo que sí sé que no sé”, “Lo que no sé que sí sé” y “lo que no sé que no sé”, este último cuadrante ocuparía el 90% del espacio total.