En algunos rincones conservadores de la academia mexicana se siguen escuchando comentarios relativos a la comercialización de la ciencia y la tecnología, comenta Pedro López Sela.
Pedro López Sela
Nota del editor: Pedro López Sela es chief imagination officer de Canou, plataforma de innovación y emprendimiento. Ha sido mentor para instituciones como el acelerador de negocios MassChallenge, de Boston, Massachusetts; Village Capital (proveedora de capital de riesgo para emprendedores); y Fomento Geek (Incubadora de Talento). Es emprendedor con más de 20 años de experiencia en fundar y dar consultoría a startups, Pymes, corporaciones globales, tanques de pensamiento, entre otros. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(Expansión) – La llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México también conlleva el comienzo de una nueva era, sobre todo en temas de innovación, emprendimiento, transferencia tecnológica y, en general, en todas las iniciativas relacionadas con la sociedad y economía del conocimiento.
En los últimos años, diversos activistas y emprendedores mexicanos han logrado la creación de un -todavía incipiente-ecosistema de emprendimiento científico y tecnológico
Entre todos los retos que enfrenta la nueva administración figura –aunque no es visible frente a otros aspectos- el de lograr claras definiciones en temas de impacto social y económico relacionados con el conocimiento, es decir, con la ciencia y la tecnología, con el fin de dar certeza a quienes estamos involucrados y no vemos claramente el rumbo que se piensa tomar.
En el mercado, así como en los sectores económicos y de tecnología, existe un nerviosismo creciente derivado de vacíos en la comunicación. Estos se van llenando con opiniones de quienes quieren estar en el loop, pero que solo producen especulación y más nerviosismo, generando una espiral que claramente no lleva un buen rumbo.
Se escucha que proyectos como el Programa para el Desarrollo de la Industria del Software (Prosoft) y el Fondo Sectorial de Innovación (Finnova), pilares de innovación en la Secretaría de Economía, van a sufrir cambios radicales; lo mismo sucedería con el Fondo de Innovación Tecnológica (FIT) y el Programa de Estímulos a la Innovación (PEI) del Conacyt. Incluso Graciela Márquez -secretaria de Economía del gobierno actual- confirmó que el Instituto Nacional del Emprendedor (Inadem) desaparecería.
Lo cierto es que en los últimos años, diversos activistas y emprendedores mexicanos han logrado la creación de un -todavía incipiente- ecosistema de emprendimiento científico y tecnológico. Han roto paradigmas y, con mucha pasión, coraje y paciencia, van lentamente transformando el entorno.
Ellos han creado programas como los Tech Company Builders de Inadem-Red OTT México-canoe, los Nodos Binacionales de Innovación del Conacyt, los pilotos de I-Corps de la National Science Foundation con la Fundación México-Estados Unidos para la Ciencia (Fumec), el Taller de Innovación en Diseño de Empresas de Base Tecnológica de Alto Impacto, el Programa Leaders in Innovation Fellowships de la Real Academia de Ingeniería del UK Newton Fund o las Technology Business Accelerators (TechBAs), por mencionar algunos.
Sin duda, avances importantes en comparación con nuestros pares en Latinoamérica.
Hasta ahora, en algunos rincones altamente conservadores de la academia mexicana, se siguen escuchando comentarios relativos a que la comercialización de la ciencia y la tecnología corresponde a la prostitución del conocimiento. La aseveración seguramente corresponde al sistema de incentivos basado en cuántas publicaciones se logran y cuántos autores citan dichos textos. Y, como sabemos, la métrica pone la meta.
Pero los datos hablan por sí solos: contamos con uno de los pocos Centros de Tecnología de Honeywell en el mundo, nuestros paisanos están detrás de la televisión a color, la píldora anticonceptiva, la pintura antigrafiti y el concreto traslúcido, entre otras innovaciones.
Anteriormente China era un país enfocado en manufactura y se conocía como “la fábrica del mundo”, pero hoy cuenta con una economía robusta basada en el conocimiento. La visión fue clara, se plasmó a largo plazo y actualmente cuenta con múltiples empresas de alto impacto que generan riqueza en todos los sentidos.
Lo importante es que la academia y las industrias colaboren sistemática y exitosamente. En otros países –como lo vimos con China-, la triple, cuádruple, quíntuple hélice es una realidad que forma parte de la cotidianidad. En México parece que estamos en guerra.
En este punto es donde nacen las preguntas para quienes toman decisiones dentro de la llamada “cuarta transformación”:
¿Cómo transitamos a una verdadera economía y sociedad del conocimiento? ¿Qué debe pasar para darnos cuenta de que somos una increíble fábrica de conocimiento? ¿Quién debe venir a decirnos que producimos una cantidad abrumadora de ingenieros de calidad?
¿Podrán las nuevas cabezas de la Secretaría de Economía; la Secretaría de Educación Pública; el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología; Nacional Financiera, y de organismos relacionados percatarse de que la transformación del país proclamada por el presidente requiere la llegada del conocimiento al mercado para generar un impacto profundo capaz de cambiar vidas?
¿Entenderán que la comercialización de la tecnología y el conocimiento generan un círculo virtuoso capaz de permitir un retorno de inversión para poder seguir generando más ciencia, conocimiento y tecnología? ¿Asimilarán que la colaboración y el reconocimiento del valor de los sectores y actores es una herramienta de transformación que nos permite crear un mejor país?
Me parece que la prueba ácida hacia los actores involucrados será algo positivo para todos. Habrá quien se reinvente y quien desaparezca, quien nazca y quien renazca, pero lo fundamental es que quienes tienen el privilegio de servir a México lo hagan como verdaderos estadistas, reconozcan los logros en este tipo de temas y, por supuesto, que lo que no funciona se transforme.
Sin embargo, una cosa es eliminar a las células cancerígenas y otra cosa es matar al perro “para acabar con la rabia”. El trabajo que nos ha costado como país el fortalecer programas e instituciones no puede desaparecer de un día para otro. Ojalá que quienes llegan tengan la templanza y sabiduría para distinguir y seguir impulsando lo mucho o poco que hemos avanzado.